Anoche tuve un sueño
La espera se hace eterna. Las noticias de la cantidad de infectados abruman. Los días en confinación pasan y no hay novedades sobre el futuro inmediato. La pelotita dejó de picar, los ventiladores dejaron de cambiar el aire caluroso de una sesión de entrenamiento y las mesas dejaron de absorber nuestro sudor.
Pero de repente, me veo ahí. Estoy entrando a la sede central y me reencuentro con mi segunda familia. Recibo abrazos, saludos y conversaciones afectivas de muchos legionarios. Me siento en casa. Julián Levin, nuestro director deportivo, empieza a dar indicaciones para la entrada en calor y todos nos empezamos a mover mientras charlamos sobre el último torneo y el que vendrá, debatimos sobre diferentes paletas, analizamos el juego de cada uno y mostramos la ansiedad que tenemos porque dentro de poco va a comenzar la Liga de Equipos, esa competición que tanto nos apasiona.
Después de estirar, empiezo a pelotear con un amigo que conocí en el club; sí, con un amigo, porque pese a que nos conocemos hace poco, nos vemos seguido y compartimos muchos momentos tanto dentro como fuera de las mesas. Luego seguimos con ejercicios de saque y recepción, top sobre corte y otros ejercicios técnicos que agradecemos en los partidos.
Los partidos… ¡Qué momento! Para muchos el más lindo, para otros el más estresante. Cuando empecé a jugar en el club recuerdo que no me gustaba mucho porque perdía casi todos y hay pocas cosas que me gusten menos que perder. Lo bueno es que siempre recibí un consejo de algún legionario y eso me ayudó a mejorar rápidamente y a conocer a todos.
Ahora estoy frente a un legionario dispuesto a sacar para comenzar un nuevo partido. Nos conocemos, jugamos muchas veces. En los torneos que nos cruzamos me ganó sin ceder ni un set, así que ya sé cuál es mi objetivo. Estoy cansado, extenuado del último ejercicio, pero enfrente tengo a un rival que me motiva para sacar lo mejor de mí.
Corto, topeo y me muevo como pocas veces. Estoy muy inspirado. Los bagres, esos golpes que odiamos cuando lo padecemos, pero sonreímos cuando nos otorgan un punto, están de mi lado y él está visiblemente molesto. Sé que con pasar la pelota tengo muchas chances de ganar. Los minutos pasan y nuestros puntos se elevan en calidad técnica, destreza física y una pizca de suerte para mi lado.
Estamos 11-10. Mi saque topeado a su revés endeble me deja la pelota alta para rematar y dar mi batacazo. Cuando mi mano está por bombardear esa pelota regalada, mi perro me despierta al subirse a mi cama empapada de tenis de mesa.
Desconcertado, prendo la televisión y las noticias siguen siendo las mismas; como mi pasión por este deporte.
Por Gonzalo Montanari (ig:gonzalomontari)